La difícil situación del empleo, las nuevas características del mercado laboral y las mejoras tecnológicas que tienen que acometer las empresas exigen a los trabajadores que estén formados y actualizados en las materias que utilizan habitualmente en su tarea.
Los empleados se ven en la necesidad de renovar y ampliar sus conocimientos profesionales para hacer frente a las nuevas necesidades que el empleo les demanda.
Las actualizaciones normativas, la informática, las nuevas tecnologías y los idiomas son algunas de las competencias más demandadas a la hora de tener una formación constante. Ya sea para mejorar nuestra posición dentro de la empresa como para permitirnos volver a entrar en el mundo laboral si nos hallamos en situación de desempleo.
Según Michael Page International, prestigiosa consultora de selección, solo un 20% de los profesionales en activo realizan algún tipo de acción formativa para ampliar sus conocimientos y capacidades, mientras que un 70% de los desempleados intenta reciclarse laboralmente para facilitar su proceso de búsqueda de empleo.
La formación continua es necesaria siempre, pero sobre todo en aquellos sectores productivos que evolucionan de un modo constante y que deben adaptarse de un modo flexible a las necesidades que les demanda el mercado para el que elaboran sus productos.
La necesidad de formación, que debería ser constante, se evidencia, de un modo habitual, durante la propia ejecución de la tarea, al darse cuenta el trabajador de que tiene algún déficit formativo que le dificulta su trabajo. En el caso de las personas sin trabajo, ese déficit es más evidente y les sirve para actualizarse y poder competir en igualdad de condiciones con otros candidatos para encontrar un trabajo.
La formación continua puede suponer el inicio de una nueva carrera profesional, abriendo caminos nuevos en el desarrollo profesional, hasta ahora inexplorados, y que permitan al trabajador mejorar su motivación y capacidad en el trabajo.
En muchas ocasiones, son las propias empresas las que financian la formación de sus trabajadores, aportándoles ese valor añadido que les permite mejorar sus conocimientos, aumentar sus capacidades y contar con un perfil más polivalente que ayude a conseguir los objetivos fijados por la organización. Para las personas sin trabajo, son los servicios públicos de empleo, junto con los agentes sociales y entidades especializadas en formación, las encargadas de elaborar y financiar planes formativos que intentan ajustarse a las necesidades de esas personas, con el fin de que consigan volver al mercado de trabajo.
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